Enlace Judío – La misteriosa explosión ocurrida en el puerto de Beirut en agosto 2020 y el irrefrenable avance del COVID-19 en sus diferentes versiones acentúan la crisis financiera y social en el Líbano. 

La moneda local se ha devaluado en un 90%, el desempleo abierto se multiplica y la inquietud se extiende en las filas militares. 

Una situación que contrasta con los altos niveles de vida que revelan las fuerzas proiraníes leales al Hezbolá que reciben sostenido apoyo desde Teherán.

Desde los años 40 el liderazgo del Líbano es compartido por cristianos y musulmanes. 

Los primeros asumen la presidencia en tanto que el puesto de primer ministro está hoy a cargo del musulmán sunita Saad Hariri. 

Estas circunstancias se suman a las amenazas que llegan desde Gaza. 

Temas que en conjunto preocupan al nuevo gobierno presidido por Naftali Bennett, amén de la irrupción en el país de la versión india del COVID-19. 

Cabe esperar que Francia revelará una vez más fuerte solidaridad con el Líbano, un país que administró desde la Primera Guerra Mundial.

Y no debe sorprender si Jerusalén —en conjunto con Washington— decidirá abierta o indirectamente ayudar a Beirut con desiguales medios. 

El principal objetivo: frenar las intenciones bélicas del Hezbolá.    

 


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