Enlace Judío – Cuando pensamos sobre violencia en Israel, se nos vienen a la mente las guerras con países ajenos, el conflicto con Palestina, el terrorismo o incluso las tensiones étnicas al interior del país. Raramente reflexionamos sobre violencia pandillera, que ha sido un problema prevalente desde hace más de una década.

“El olor de la sangre está en todos lados”, “¿Quién será el siguiente?”, cantaban las multitudes fuera de una estación policiaca en Nazaret en 2019. Con banderas negras y una línea de ataúdes falsos, miles de israelíes protestaban por el aumento de los delitos causados por el crimen organizado en localidades árabes a lo largo del país.

Dos años después, tristemente se puede comprobar que las demandas de los manifestantes siguen vigentes. A pesar de la pandemia, 2020 fue el año más violento en dos décadas para la comunidad árabe-israelí: 113 homicidios dolosos en el año y un incremento de 50% en la tasa de asesinatos con respecto a 2016 tienen a una gran parte de la sociedad preocupada.

Según la periodista Suha Arraf, quien hizo una investigación sobre el crimen organizado entre los palestinos israelíes, el incremento delictivo es la culminación de un proceso que se viene gestando desde hace más de una década.

En su reporte, publicado en el sitio israelí Mekomit, Arraf habla de un “Estado dentro del Estado” que emplea a cientos de criminales con alrededor de 400,000 armas ilegales a su disposición. Además, señala que los grupos delictivos han obtenido tanto poder que llegan a financiar campañas políticas locales o a controlar sitios clave como mercados, restaurantes y salones en las ciudades que infiltran.

En un país como Israel, que pone un amplio énfasis en seguridad, ¿cómo se pudo llegar a dar una situación en la que el crimen organizado domine como lo hace en las ciudades árabes?

Desigualdad económica

En todo el mundo, la presencia del crimen organizado prevalece en los lugares más pobres. Por una amplia cantidad de factores, en Israel la pobreza está altamente correlacionada con la etnicidad. En la pirámide socioeconómica, los ciudadanos palestinos ocupan los estratos más bajos.

Cerca de la mitad de los árabes israelíes viven bajo la línea de la pobreza mientras el índice para la población general es del 21.2%. A pesar de representar un quinto de la ciudadanía israelí, solo 2% de los que toman créditos hipotecarios son árabes; más de la mitad de los palestinos israelíes no cuentan con tarjeta de crédito y un cuarto de ellos no tiene cuenta bancaria.

En ese contexto, muchos están dispuestos a pedir préstamos al crimen organizado, provocando que la maquinaria siga funcionando. Mansour Abbas, líder del partido árabe Ra’am y miembro de la coalición gobernante, explica que “en general, los bancos dudan en otorgar préstamos en nuestras ciudades árabes. Esto ha llevado a que individuos, en medio de la pandemia del coronavirus, tomen préstamos en el mercado negro. A la mayoría de ellos se les pide que paguen cantidades absurdas. En turno, los grupos criminales amenazan sus vidas y sus propiedades. Aquellas personas que logran pagar, en la práctica, financian la próxima serie de delitos”.

El hecho de que el gobierno actual sea el primero en la historia de Israel que cuenta con partidos árabes puede ayudar a explicar parcialmente las causas de la desigualdad étnica. Más de 70 años de políticas públicas fueron llevadas a cabo sin representación palestina en el gobierno, resultando en un sistema que desfavorece económicamente a los árabes israelíes. La desigualdad ha permitido que el crimen organizado encuentre una mina de oro en la desesperación de ciudadanos sumidos en la pobreza, llevándose cientos de vidas en el proceso.

Atención policiaca

Uno de los principales reclamos durante las manifestaciones de 2019 fue la falta de atención policiaca en las ciudades árabes de Israel. Estudios de expertos coinciden en el diagnóstico: comandantes de la policía revelaron anónimamente para el diario Haaretz que no solamente la presencia policiaca es baja en villas árabes, sino que el financiamiento a la institución por parte del gobierno es más bajo que en localidades judías.

Además, la falta de representatividad también juega un rol: tan solo 7% de los policías en Israel son árabes y la mayoría de ellos pertenecen al grupo étnico druso, que mantiene una dinámica diferente con respecto al Estado que sus ciudadanos palestinos.

En un contexto en el que la brutalidad policíaca es uno de los principales vehículos de violencia hacia los árabes israelíes, la confianza de la comunidad en los policías se ha erosionado. Tan solo un cuarto de los palestinos ciudadanos de Israel dice fiarse de la policía: en vez de sentirse protegidos, se perciben como focos de ataque.

En un bucle de retroalimentación paradójica, los árabes israelíes se sienten abandonados por la policía en la que desconfían. La percepción es que la institución les ha fallado doblemente: los ignora y los ataca a la vez. Así, los grupos delictivos se han aprovechado. Presidiendo libremente en ciudades árabes israelíes, las han convertido en centros de crimen y muerte que dominan la vida de sus residentes, a quienes se les dificulta salir de ellas por la permeante pobreza a la que se ven sometidos.

Inacción gubernamental

“Si Israel quisiera resolver este problema, podría hacerlo en una semana. Saben exactamente dónde viven todos; saben exactamente qué hacer”, dijo en 2019 el miembro de la Knéset, Ayman Odeh, al diario The Guardian. Y sí, es difícil de creer que una nación con un arsenal tecnológico como el de Israel, que ha llevado a cabo operaciones militares exitosas en otros países, no pueda acabar con el crimen organizado dentro de su propio territorio.

El Dr. Walid Haddad, un criminalista de la Universidad de Galilea Occidental e inspector nacional del programa para combatir violencia, drogas y alcohol en el Ministerio de Seguridad Pública concurre con Odeh: “Si la policía quisiera confiscar armas en las comunidades árabes, podían hacerlo en un mes; tienen todas las herramientas que necesitan. Sólo faltaba una cosa: una decisión”. Haddad se remite a ejemplos: cuando el crimen organizado creció en localidades judías a principios de los 2000, lo pudieron combatir con éxito.

Desde el Ministerio de Seguridad Pública, es posible ver cómo las teorías de Odeh y Haddad no son descabelladas. Solo basta remitirse con las declaraciones de Gilad Erdan, quien lideró dicho ministerio hasta el año pasado, para darse cuenta.

A raíz de las manifestaciones por la presencia del crimen organizado en 2019, manifestó que esta se debía a la cultura de los árabes israelíes y que estos eran parte de “una sociedad muy violenta”. Responsabilizando a las víctimas de los grupos delictivos, de alguna manera se deslindó de su deber de proveerles seguridad.

Un Estado de todos sus ciudadanos

En la Declaración de Independencia de Israel, promulgada por David Ben-Gurión en 1948, se establece que Israel debe de ser un Estado democrático y de todos sus ciudadanos.

Como tal, debe actuar en la lucha contra el crimen organizado que está embistiendo contra un quinto de su población. Además de pelear con herramientas tecnológicas, la lucha tiene que incluir las raíces del problema: la desigualdad económica, la discriminación y la falta de representatividad. Sólo así se podrá vencer a la violencia pandillera.

Al existir, los grupos delictivos en Israel cobran incontables y valiosas vidas. Este espacio no me alcanza para nombrar a todas las víctimas de la violencia pandillera, pero cada una de ellas era un ser humano que no merecía morir. Dicho esto, procederé a nombrar a algunas que logre encontrar para ponerle caras al horror y aunque sea, hacer un poco de memoria histórica:

  • Ibrahim, de 24 años, hijo de Leila Mahameed y generoso sostén de la familia. Asesinado por una bala perdida cuando fue a comprar una Coca-Cola.
  • Ahmed y Khalil Manaa eran hermanos y fallecieron en una balacera. Uno de ellos dejó una esposa y dos hijos. “Amaban a todos y todos los amaban” dijo Aisha, su mamá, llorando mientras sostenía una foto con el retrato.
  • Ahmad Hijazi, un estudiante de enfermería de 22 años, murió después de asomarse por la ventana en un enfrentamiento de la Policía y un grupo delictivo.
  • Sharifa Abu Muammar, una maestra de 30 años y madre de cuatro hijos. Murió por una bala perdida en una balacera. Estaba emocionada de reunirse con sus alumnos el primer día de clases.
  • Intisar al-Issawi, una madre de cinco que salió de su casa cuando un criminal intentaba intimidar a su hijo.
  • Sabriya Abu Saif, una mujer de 70 años, fue asesinada en su casa de Yafo por una bala perdida.
  • Tawfik Zaher, de 60 años, era apasionado de la música y le encantaba tocar el oud, un instrumento tradicional egipcio. Estaba en una panadería con su nieta de cuatro años cuando lo alcanzó una bala que era intentada para un empleado.
  • Avi Tzitzuashvil era un joven judío de 17 años, asesinado por accidente en un enfrentamiento de dos criminales. Su papá, Yossi, dijo que “piensa en ello las 24 horas del día. El incidente lo persigue en cada momento”.
  • Moad Rayan de 25 años planeaba estudiar ingeniería en Inglaterra. Dos hombres lo mataron cuando salió de su coche a un supermercado en Kfar Bara.

 


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