Enlace Judío – La noticia fue aquí breve. Aquellos que cuentan –si aún saben contar– los sesenta y más años pueden acudir a un nuevo llamado en el apretado cuarto de la clínica. Allí espera una rápida inyección que por tercera vez pretende lidiar con el COVID y sus presuntos ahijados. 

Respondí con breve reflexión. ¿Por qué no? 

Pregunta –pensé más tarde– algo atrevida, tal vez injusta. En un planeta en el que no pocos han acertado a recibir la primera ración, aquí y ahora me inundan con algunas gotas de la tercera. 

Fue ágil la joven que atendió mi deseo. Sin freno alguno encontró mi nombre en la pantalla. 

Ciertamente, en estos tiempos de universal espionaje no cabe la sorpresa. 

Todo y todos estamos bajo impersonal control. Somos apenas un número más dictado por otros números armados en tiempos idos. 

Y la suma se acumula en la nube y de allí se precipita cuando algún botón o dedo la reclama. 

Comprobé que en una diminuta botella residían algunas gotas que bien pronto penetraron mi brazo. E inmediatamente después el acto y mi nombre retornaron a la pantalla de infinita memoria. 

Supongo que desde aquí y ahora formo parte de una suma que será inevitable tema en las pantallas televisivas de esta noche. 

Confieso, sin embargo, que me apremian algunas inquietudes. Una de ellas: ¿Cómo reaccionará mi cuerpo ante esta nueva invasión? ¿Dolor? ¿Fiebre? ¿Pasiva rutina? ¿Simple recuerdo? 

Pero la segunda es más penetrante. Señala una pecaminosa inquietud al saber que muchos –más allá de la ya olvidada habitación donde mi presencia en el mundo fue confirmada– apenas conocen esas inteligentes gotas capaces –tal vez– de frenar al no menos astuto COVID y a sus colegas. 

Reflexión –confieso– que me apura a recordar las dispares voces de algún Jeremías  

 


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