Enlace Judío – Leí estas páginas sin permitirme algún descanso. No solo mis ojos se apegaron a ellas. El cuerpo entero y mis tiempos pasados y probables vibraron al recorrerlas. 

En capítulos alternados y sin inhibición alguna, la pareja Marilyn e Irvin Yalom apunta aquí temas y preocupaciones cuando saben que la muerte es cercana e imparable. 

Ambos acertaron en amarse y amar y quieren dejar algunas huellas de los tránsitos en la vida.  

Son páginas que me condujeron a recordar que en mis tempranas clases en latín absorbí una frase que me orientó en el correr de los años: verba volant scripta manent. 

Así, para que lo escrito perdure Irvin y Marilyn resuelven evocar huellas de sus vidas antes de la muerte que ella solicita. Derecho singular en California. 

En esta marcha hacia el inescapable abismo sus voces se turnan en personales capítulos que multiplican recuerdos e ideas, y en todos ellos ambos levantan una áspera protesta por las fracturas del cuerpo que exige un irreversible descanso. 

Marilyn pide a su esposo iniciar estas páginas al saber que un cáncer irrefrenable le invade. 

Aceptada la idea con no pocas objeciones, ambos ensayan enhebrar, en alternados y personales capítulos, recuerdos y reflexiones con perspectivas desiguales. 

Así, ella apunta su amor por la literatura francesa mientras él distingue las filosas curvas de la psiquiatría y del psicoanálisis. Y ambos se encuentran y se unen en el amor a los 4 hijos que trajeron al mundo.    

Se conocieron como adolescentes en un fortuito encuentro. Y desde entonces, después de cursar estudios universitarios y a lo largo de setenta años, no pudieron ni quisieron despegarse. Marilyn se consagró a la literatura en múltiples idiomas en tanto que él descifraba los interrogantes del alma. 

Y en el término de los días ambos enfrentan una inescapable pregunta: ¿Cuánto debemos sufrir para mantener relativamente vivo el cuerpo?  ¿Y cómo abandonar este mundo dejando algún signo que derrame alguna luz a otros? 

El autor de El día que Nietzsche lloró abre este diálogo repasando su hacer como detective del alma. Peripecias que ayudaron a no pocos a enderezar el universo interior. Difícil tarea que aquí y cuando él se acerca a los noventa años, le conduce a un áspero monólogo.

Qué es la muerte, cuándo y cómo se producirá, dejará algún recuerdo, leerán sus libros: interrogantes que Irving se repite cuando su compañera durante más de 7 décadas pide morir vigilada por un comprensivo médico. 

Y ambos recuerdan a sus padres que llegaron a América desde Rusia cuando se sintieron amenazados como judíos. Saben que con gran esfuerzo y en un entorno generalmente hostil ellos lograron al fin insertarse en el nuevo país y concederles la instrucción que les fue vedada. 

Formado en los bajos suburbios de Washington intimando con niños negros que le defendieron de las agresiones antisemitas de los blancos, Irvin estudió en la universidad de Stanford en los tiempos en que ésta admitía sólo a un 5% de judíos. 

Desde entonces multiplicó su nombre como escritor, filósofo y psicoanalista al lado de su esposa que prefirió el escarceo literario. 

Pero ahora ella conoce las traiciones de su cuerpo y se consuela recordando los buenos tiempos idos en múltiples lugares del mundo donde encontró audiencias y aplausos por su afán literario. 

El amor compartido a los 4 hijos la sostiene al lado de Irvin. Pero no quiere prolongar días que son perenne agonía. Solicita morir como última expresión de la obstinada libertad que modeló su vida. 

Deseo que al cabo Marylin cristaliza debidamente asistida por un médico.   

 El amor a sus 4 hijos y los nietos que llegaron después la sostiene en este trance como un signo más de su amor al lado de Irvin.  

Desconcertado y confundido, él la acompaña en esta decisión que apenas acierta a descifrar. Son pasajes que pintan a 2 ancianos que se embriagan en un último baile. 

Muerta y enterrada Marylin con las oraciones de una rabina, Irving procura remediar la soledad atendiendo dilemas y confesiones de otros a través de los invisibles canales del Zoom.  

Solo y enfermo a sus 90 años confiesa en alguna página —sin pudor alguno— que al observar los abultados pechos de alguna amiga se encendieron fibras en su cuerpo que apenas se sostiene con un bastón.  

¿Nostalgia que pobremente compensa la desaparición de Marilyn o el último signo de una vitalidad que se deshace sin treguas?

Las fotografías que se intercalan en las páginas del libro revelan el amor que animó los días y las noches de esta singular pareja. Lectura inolvidable. 

 


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