Enlace Judío – Un día como hoy de 1995, el entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabin fue asesinado por el extremista de ultraderecha Yigal Amir. A 26 años de la muerte de Rabin, es cada vez más claro que no sólo el mandatario murió ese día, sino también sus ideas y su proyecto de nación.

A lo largo y ancho de Israel en la fecha hebrea de su aniversario luctuoso, encienden velas en memoria de Yitzhak Rabin. Eventos públicos de duelo llenan las plazas de grandes ciudades. No faltan los discursos sobre la importancia de “seguir su legado“ y un lamento colectivo sobre la esperanza de paz que se desvaneció.

Al mismo tiempo, en una Cisjordania fracturada por el plan inconcluso de los Acuerdos de Oslo, los colonos podrán dormir tranquilos sabiendo que podrán seguir en los territorios ocupados tanto tiempo como se imaginen. Mientras tanto, sus vecinos palestinos se irán a la cama con la esperanza de un Estado y con miedo de ser despertados para una inspección.

En la Knéset tomará asiento el ultranacionalista de derecha Itamar Ben-Gvir, que en los 90 participó en manifestaciones pidiendo la muerte de Rabin y en el presente año fue responsabilizado por la policía israelí de incitar enfrentamientos entre judíos y árabes.

En el puesto de primer ministro, Naftali Bennett seguirá gobernando sin una solución de dos Estados en mente. Los Acuerdos de Oslo y las negociaciones con la Autoridad Palestina son una reliquia del pasado, papeles escondidos profundamente en el archivero.

A 26 años de la muerte de Rabin, la población israelí ha perdido esperanza en una paz duradera y en la posibilidad de convivir junto a un Estado palestino. Los jóvenes se hacen menos ilusiones de paz y, para los que no la viven a diario, la ocupación no es más que un titular de una noticia.

En español, es común decir que “el hubiera no existe“. Quién asegure saber cómo sería el presente si Rabin no hubiera sido asesinado, está mintiendo. En general, la realidad dista de las ideas: es mucho más cruda y más imperfecta. Sin embargo, si no se llevan a cabo las ideas, la realidad nunca tendrá la oportunidad de enseñar sus imperfecciones. 

Hoy en día, Rabin representa una idea: la de un sionismo liberal pacifista que tuvo su auge en los años 90. A pesar de sus imperfecciones, su gobierno es lo más cerca que Israel ha estado de romper con la ocupación e imaginar un futuro distinto. 

Veintiséis años después, hay dos opciones: recordar a Rabin con discursos vacíos lamentándose por una paz que nunca se dio o trabajar activamente para revivir su legado. Para la segunda, hay que recordar que una búsqueda por la paz toma sacrificios dolorosos, como negociar tierras que creemos nuestras; escuchar a quién pretendemos ignorar, como cuando Rabin se sentó con la OLP; ser humilde para aceptar nuestras equivocaciones, como Rabin hizo con la ocupación; estrechar la mano de nuestro enemigo, como Rabin con Yasser Arafat y entender que la búsqueda de la paz es tan radical que habrá quienes busquen silenciarla con armas, como Yigal Amir cuando mató a Rabin.

Parece que el proyecto de Rabin está perdiendo. Tomaría un milagro para recuperarlo, pero bien dijo David Ben-Gurión: en Israel, quien cree en milagros es un realista.

 


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