Enlace Judío – Todavía es demasiado pronto para saberlo, pero —lamentablemente— los terribles recuerdos de la primera (1987-1993) y segunda intifada (2000-2005) nos hacen sentir que es posible. Será el paso de las siguientes semanas las que nos muestren si la ola de atentados terroristas sufridos por la población civil israelí en estos días fue solo un brote de violencia previo a los festejos del Ramadán o algo más.

No tengo que explicar las cosas más odiosas de esta nueva tanda de atentados: la violencia injustificada, el descarado perfil terrorista de los ataques y los atacantes, el dolor de las familias que perdieron a uno o varios miembros que sólo eran culpables de ser judíos, y la infaltable desvergüenza de quienes desde la prensa matizan el asunto (ya sabes: los judíos no somos asesinados, sino que “morimos”), o incluso de quienes lo justifican apelando a esa famosa ocupación que, en realidad, no existe.

Quiero dirigirme hacia otro asunto que, en muchos sentidos, me resulta desconcertante: ¿Por qué los palestinos habrían de intentar una tercera intifada? La respuesta inmediata es el odio, por supuesto. Pero no me refiero a eso —lo doy por sentado—, sino al aspecto estratégico. Vamos a plantearlo así: la estrategia de la intifada ya se intentó dos veces, y el resultado siempre fue el mismo: una aplastante derrota para los palestinos.

Dice la vieja sabiduría empresarial que cuando quieras obtener resultados diferentes, hagas cosas diferentes. Y los palestinos no parecen haber entendido el asunto. O tal vez haya que preguntarlo de otra manera: ¿Realmente los palestinos quieren tener su propio Estado?

En este punto alguien me podría decir: “Pero es que los atacantes no fueron palestinos, sino árabes israelíes y, en el primer ataque, un beduino”.

Y es correcto. Pero eso es una cuestión de narrativas.

Me refiero a esto: así lo vemos nosotros y, por ello, así lo narramos nosotros. Aquí el detalle es cómo lo ven ellos y, por lo tanto, cómo lo narran ellos.

La diferencia entre un palestino y un árabe israelí es muy obvia, y se sustenta en una realidad jurídica: el árabe que tiene la nacionalidad israelí no es, técnicamente, palestino. Ni lo será. Es israelí, y mientras mantenga vigente su condición de ciudadano israelí, eso no va a cambiar. El palestino, en cambio, es el árabe que no pertenece a esa estructura jurídica que es el Estado de Israel, y que —generalmente— vive en las zonas que pretendidamente serán el futuro Estado palestino.

Ahora hay que recalcar: esa diferencia es eminentemente jurídica. Pero resulta que los palestinos no tienen un proyecto moderno respecto a su tan anhelado Estado. El suyo es un proyecto digno del siglo XIX, basado en el concepto del Estado-nación. Es decir, en la identidad étnica y cultural como base para la definición de la estructura jurídica que será el futuro estado. Un concepto que hace mucho dejó de tener vigencia para el mundo.

¿Qué significa esto? Que el judío entiende lo israelí como algo que se define jurídicamente, y por ello ningún judío ni ningún israelí confundirían una cosa con la otra. Se puede ser judío sin ser israelí, tanto como se puede ser israelí sin ser judío. Y es que hay una plena aceptación de que una realidad jurídica (el Estado de Israel) no es sinónimo de una realidad nacional (el pueblo judío que se identifica como un grupo cuyos miembros tienen un mismo origen y, por lo tanto, conservan una misma herencia cultural).

El palestino no lo entiende así. Para él, la única realidad es la identidad nacional, y su futuro Estado debe quedar sometido a ella. Es decir, “palestino” en el sentido de identidad nacional (la narrativa del origen, la identidad cultural, etcétera) debe ser lo mismo que “palestino” en el sentido jurídico. Es como si nosotros afirmáramos que lo judío y lo israelí deben ser sinónimos absolutos.

Por ello, el terrorista palestino —aunque técnicamente sea un ciudadano israelí— razona bajo la lógica final de que el Estado de Israel debe ser destruido y sustituido por un Estado palestino, y los judíos deben ser desalojados de allí porque el Estado palestino debe estar libre de judíos.

Nunca pierdas de vista este detalle: en su narrativa, el ataque contra Israel se justifica porque eso no debe ser Israel, sino Palestina. Así que eso de que “son ciudadanos árabes israelíes” funciona en nuestra lógica, no en la de ellos.

Por eso es que si esta ola de violencia toma forma y se extiende, estaríamos hablando de una tercera intifada palestina, no de una Primera Intifada Árabe-Israelí.

Hay un nivel en el que, por cierto, da lo mismo la etiqueta que le pongas: es una estrategia que ya se ha demostrado que no funciona. No funcionó antes, no funcionará ahora. Menos aún porque en los años 80, cuando comenzó la primera intifada, o en los años 2000, cuando comenzó la segunda, las condiciones geopolíticas eran más favorables para los palestinos. Hoy el entorno es completamente distinto, y acaso lo más desconcertante de todo es que los propios palestinos no sean capaces de leer el modo en el que ha evolucionado la realidad.

En aquellos entonces tenían el apoyo de Irán y de los países árabes. Pese al estado de conflicto latente entre sunitas y chitas, todos compartían el mismo objetivo de destruir a Israel. Pero durante los años 90 y 2000 las fricciones entre los países árabes e Israel se fueron distendiendo, mientras que el conflicto de cada uno contra Irán se fue intensificando. El remate lo trajo Obama, cuya descarada política pro-iraní obligó a Israel y a Arabia Saudita a entenderse como socios obligados para enfrentar las amenazas de los ayatolas.

El resultado, a la larga, fueron los diversos tratados de relaciones formales que Israel ha firmado ya con cinco países árabes, algo que todavía en el año 2000 —cuando iniciaba la segunda intifada— habría sonado totalmente irreal. Mientras, Irán empezó a quedar cada vez más aislado, y los palestinos junto con ellos. Ya para cuando Trump endureció la política exterior estadounidense en la zona, la situación palestina se había vuelto muy difícil: su apoyo a Irán los empezaba a poner como verdaderos traidores a los ojos del mundo sunita (Arabia Saudita y demás).

Pero las cosas más o menos funcionaron, porque Irán seguía de pie. No tanto por mérito suyo, y es que Irán es un gigante herido de muerte. Los ayatolas son un combo de clérigos con ideas medievales que pueden hacer cualquier cosa, menos gobernar bien. El resultado es que la sociedad iraní vive pasando de una crisis a otra (algo que tarde o temprano les va a colmar el plato).

Si Irán no se desplomó —especialmente con todo el gasto que significó mantener a Bashar el Assad en el poder en medio de la guerra civil en Siria—, fue por el apoyo ruso. Y no es que Rusia sienta una particular afinidad o simpatía por el régimen de Teherán. Es mera cuestión de dinero: todo el apoyo ruso se vendió caro, y Putin necesitaba dinero (ya supimos para qué).

Así que Rusia con su frágil economía navegaba más o menos bien, Irán con su todavía más frágil situación se apoyaban en los rusos, y los palestinos con su fragilidad elevada a la potencia ruso+iraní trataban de mantener su lucha contra Israel.

Pero a Rusia se le ocurrió meterse en una guerra tan absurda como innecesaria hace poco más de un mes, y ese precario equilibrio —literalmente— se ha ido a hacer gárgaras.

Rusia está perdiendo la guerra en Ucrania. Está destruyendo a este país con el poderío militar que le confiere su armamento pesado, pero la campaña en el terreno concreto ha sido un absoluto desastre. Las pérdidas humanas son de escándalo (y me refiero a las del ejército ruso), y las pérdidas de armamento son irremediables. Debido al embargo económico aplicado por todo occidente a Rusia, esta ya no tiene la capacidad de construir o reparar su artillería.

Putin esperaba controlar Ucrania en acaso 3 o 4 días. No pudo. Lanzó una invasión a gran escala, pero prácticamente fue repelido en casi todos los frentes. Hace tres días se anunció que el “operativo” se centraría en el Donbás, y esto fue una aceptación implícita del fracaso en el intento por controlar todo el territorio ucraniano. Lo peor, para los rusos, es que a como van las cosas, todo parece indicar que allí también serán derrotados.

Eso significa una cosa segura: el apoyo a Irán tiene fecha de caducidad. Rusia va a quedar imposibilitada para reforzar la economía de nadie (Maduro y Díaz-Canel tampoco están nada tranquilos). Al contrario: Rusia va a necesitar que occidente le ayude a reconstruir su economía (China puede colaborar, pero no resolver el problema por sí misma). Por supuesto, eso solo se hará hasta que Putin haya abandonado el poder.

Sin ese entramado de apoyo que era frágil pero real, los palestinos ya no tienen a nadie. Absolutamente a nadie. Se han quedado solos.

Y es en ese contexto que se les ocurre intentar otra vez esa vieja estrategia que no funcionó cuando tenían un entorno más favorable.

Es irreal. Absurdo. Pero así son.

¿Cómo podemos explicar semejante nivel de insensatez?

Sencillo: odio al judío. Nada más. Durante décadas se dedicaron a construir una narrativa ficticia y diseñada sólo para engañar gente ingenua, ignorante o prejuiciosa (o todo junto). Dicha narrativa está por caer. No se sostiene por sí misma, y los grupos de poder que alguna vez estuvieron interesados en sostenerla ya no existen, han cambiado, o están colapsando.

El resultado es que se hará cada vez más evidente que la única motivación que hubo siempre detrás de las luchas palestinas contra Israel, fue el odio. Y que las pretendidas reivindicaciones legítimas del pueblo palestino solo fueron un pretexto aprovechado por gente sin escrúpulos.

Lo trágico es que, una vez más, los que más pierden son ellos, los palestinos que realmente necesitan que todo esto cambie para poder aspirar a tener una vida digna, algo a lo que tienen derecho por el simple hecho de ser humanos.

Lamentablemente, están enredados en su espiral de irracionalidad y odio, y por eso están en vías de intentar otra vez la vieja táctica diseñada para perder, para ser derrotados.

Les inculcaron demasiado bien el rol de víctimas.

Por eso, todavía hoy, hacen todo lo posible para sólo ser las víctimas.

Esa es la verdadera tragedia palestina, y los culpables han sido los propios árabes, y toda esa gente ingenua —incluyendo alguno que otro judío despistado— que les ha entregado su corazoncito y su apoyo.


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