Enlace Judío México e Israel – El término Shoá, del hebreo, es uno que se refiere al holocausto sufrido por el pueblo judío en la Europa dominada por el nazismo. Es un término mucho más severo que su traducción, y es el más conocido y utilizado. En buena medida se utiliza para darle la connotación exclusiva que el acontecimiento tiene: la exterminación de un grupo humano por su condición judía.

La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945. La maldad desatada, el horror de los campos de concentración, la determinación del nazismo en su afán de eliminar a los judíos de la faz de la tierra, no son comprensibles. Pero todo ello sucedió. Los aliados que lograron ver los últimos días de los campos de la muerte no daban crédito a sus ojos. Sin embargo, la documentación de lo ocurrido es abundante. Más lo es el testimonio de víctimas, de sus descendientes y de sus dolientes. Y por encima de ello, el trauma insalvable causado al pueblo judío. También a los hombres de buena voluntad dondequiera que estén. Seis millones de judíos asesinados, entre ellos más de un millón y medio de niños. Es inimaginable, pero cierto.

A casi ocho décadas del fin de la guerra, cada vez quedan menos testimonios presenciales. El paso del tiempo se ha llevado a la tumba a quienes tenían con su palabra el terrible don de sensibilizarnos. De quienes poseyeron esa mirada de resignación y desesperanza, de profundo dolor por las vidas queridas perdidas y de decepción por la complicidad de quienes actuaron al lado de los nazis, y por quienes guardaron un silencio cómplice.

A la desaparición física de los sobrevivientes se suman los negacionistas en todas sus denominaciones, quienes en diverso grado atentan contra la memoria histórica. Existen los negacionistas, antisemitas de viejo cuño que sencillamente se atreven a negar lo ocurrido con argumentos de poca monta, cinismo exagerado y mala intención evidente. Constituyen un peligro siempre, porque se encargan de insuflar de ánimo a sus similares, pero peor que ello, tratan de confundir a aquellos advenedizos que ignoran la historia y son manipulables.

Un fenómeno igualmente delicado se sucede cuando no se niega el episodio histórico, pero se banaliza. Con comparaciones fuera de lugar, inclusive hechas de buena intención. Con menciones inapropiadas a lo sucedido, con el manoseo de la historia. Es algo recurrente en los últimos tiempos, cada vez más frecuente. Las reacciones de las instituciones que custodian la memoria histórica de la Shoá no se hacen esperar, pero es preocupante que la avalancha resulte desbordante.

En las últimas semanas podemos citar dos incidentes llamativos. Una declaración del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, en Alemania, ante una pregunta de un periodista respecto al atentado en las olimpiadas de Múnich 1972 que quitó la vida de atletas israelíes, acusando a Israel de 50 holocaustos. Una declaración de un gobernador americano comparando cifras del COVID con cifras de la Shoá. Uno con mala intención, otro sin ninguna malicia, contribuyen a ese mecanismo de banalización que es una de las herramientas para lograr el negacionismo, el triunfo del mal sobre el bien, de la mentira sobre la verdad. A este par de incidentes, siempre se pueden añadir declaraciones más locales y menos difundidas, pero con el mismo sesgo y peligrosidad.

Nos queda a todos trabajar en la preservación de la memoria de la Shoá, del respeto a sus víctimas y en la tarea de impedir que el olvido llegue a permitir que atrocidades similares puedan cometerse. No es una tarea fácil, el tiempo atenta contra ella. Se requiere mucha educación para todos, especialmente a los más jóvenes y cero tolerancia ante los eventos de negación y banalización. Es un esfuerzo personal e institucional, legal muchas veces.

La misión es clara. Los objetivos están definidos, y los obstáculos identificados. De no hacer lo necesario, estaremos ante el holocausto de la Shoá.


 

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