“Al entrar a Auschwitz hay un enorme letrero que dice:

Arbeit Match Frei (El trabajo os liberará)

Por y para Henri Aubert”

Toco un acorde en mi violín
y arrastro un mundo.
Que no me pesa al cuerpo
y convido música como panes.

Regalo tal vez una reparación,
una armonía que los acune,
ya que no puedo elegirles otra muerte,
vierto una melodía en los últimos pasos.

Los casivivos van sin odio.
Al rencor se lo bebió de un trago un dragón
en los gestos de la noche,
hubo una vez resentimiento,
se escondió una madrugada,
gimiendo vergüenza,
morada la garganta
y enredada la sangre de tanta muerte fácil y sombría.

El camino es corto hacia las duchas.
También lo saben,
quieren dudar,
pero lo saben,
no saldrán vivos.

¿Qué vendrá ahora?
¿Creceremos en otro lugar?
¿Recogeremos la piel de nuestros queridos?
¿Terminaremos ese cuadro de aquel paisaje?
¿Concluiremos la carta de amor empezada?
¿Daremos ese beso?

A un costado de la hilera de los judíos,
los nazis les pegan con bayonetas,
divirtiéndose,
enjambres embrutecidos.

Lloran sin lágrimas,
al dolor se lo llevaron los espectros.
Se lo llevó un diablo en celo antojado de infinito.

Ya no es necesario ponerle el cuerpo ni el alma al final.
Se desgastaron las heridas,
cicatrizaron al instante de abrirlas.

Las bestias se miran en nuestros huesos de hierba,
racionados de rezos y sueños.

Mi violín suena como una extensión de mi cuerpo,
froto la cuerda inconsciente,

recuerdo,
primero fuimos nombres,
luego números,
luego cuerpos,
luego masas informes,
luego morteros de huesos,
y al final grasa quemada.

Y tantas veces dejé de llamarme.
Dejé de llamarme por la mañana y por las noches.
Y se me olvidó mi nombre.

Mi violín suena mientras veo pasar a mi madre
y a mis hermanas
en la fila de la muerte.

Mi madre se arrodilla frente a mí y en yiddish me dice:
Henri, siempre con los cordones desatados…

Un culetazo de un nazi la deja muerta a mis pies.

Mis hermanas se abrazan en un nudo y siguen caminando.

Nos miramos.
Nos miramos con ojos de niños.
Pero esta vez llenos de ternura.
Pero esta vez prometiéndonos ser testimonios de amor.
Nos miramos besándonos en la frente.
Nos miramos casi sin aire,
Casi sin venas,
Casi sin cielo,
Casi sin música.
Nos miramos hasta que no pudimos más.
Cada ojo guardará una pesadilla distinta.


 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío. Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío