Desde el punto de vista histórico, el profetismo israelita fue un fenómeno social de máximo interés para los especialistas que han estudiado la evolución de la religiosidad judía. No se trataba nada más de gente que predecía el futuro y hacía milagros. Eso, incluso, podría decirse que era lo secundario.

Lo verdaderamente relevante del profetismo fue el modo en que sus máximos exponentes se confrontaron con el poder político y militar de su tiempo, para alzar la voz con un reclamo de justicia social que probablemente nunca se había escuchado de ese modo.

Irving Gatell nos explica que la importancia del profeta Elisha (Eliseo) es que con él se logró algo que no se había visto con otros líderes religiosos israelitas: continuidad. Específicamente, continuidad del tipo de ministerio desarrollado por el profeta Eliyahu (Elías), a quien la Biblia refiere como mentor y maestro de Elisha.

Después de la vida de estos dos grandes personajes bíblicos, el profetismo israelita se asentó y se convirtió en factor de cuestionamiento y crítica contra los monarcas de Samaria y Jerusalén.

Profeta tras profeta, se convirtieron en la conciencia de toda una nación, y su poderoso mensaje sigue siendo fuete de inspiración para todos los que anhelan que el mundo, algún día, se vea bendecido por ese sueño que a veces parece tan lejano: la justicia y la paz.

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