Confieso: a lo largo de mi actividad profesional en múltiples países conocidos como de menor desarrollo apenas conocí públicas manifestaciones en las que sectores policiales y paramilitares revelaron la contenida prudencia que en estos días observo en Israel.

Mesurada actitud, al menos cuando escribo estas líneas, que en parte se explica por una compartida convicción de unos y otros: la existencia de factores, más allá de las fronteras, unidos por la ambición de poner fin a nuestras vidas, un hecho que fortalece nuestra elemental unidad.

Circunstancia que cabe subrayar cuando la presente coalición gubernamental insiste en estas horas en deshacer enunciados jurídicos que hasta aquí han restringido su inclinación a adelantar decisiones o hacer nombramientos
absolutamente contrarios al espíritu y al equilibrio democráticos.

De momento ignoro si y en qué términos lo lograrán. La decisión parlamentaria se tomará en las próximas horas.

Puedo adelantar sin embargo que el semblante presente e histórico de Netanyahu se verá modelado por su actitud en este escenario.

Si nada hará para frenar tendencias nacional-religiosas y resueltamente antidemocráticas será recordado como el líder israelí que propinó un duro golpe a nuestro país.

Pero si acierta a escuchar tanto los reproches del presidente norteamericano como la voz de importantes líderes de la oposición ganará alto relieve como el líder que acertó durante largos años a fortalecer la presencia democrática de
nuestro país en un medio regional donde este régimen es apenas aceptable.

Y algo más: si en las próximas horas se conoce una decisión en la Knéset que restringe o pone término a la autonomía del Poder Judicial no solo nuestra democracia se verá malamente afectada. De desiguales modos y matices también gravitará en la vida judía de las diásporas.

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