El debate entre Gabriel Ben Tasgal y Juan Taifeld que vio luz en estas páginas señala tanto los peligros como las ventajas de la reforma judicial que Netanyahu impulsa en estos días por razones marcadamente personales.

Juzgo que los escenarios y guiones señalados por estos autores son importantes. Sin embargo, apenas revelan el alcance y las graves consecuencias que tendrán en el devenir de Israel y en la remodelación del Medio Oriente.

Sostengo que el avance hacia una dictablanda, término conocido desde la España de los treinta y en el trajín latinoamericano, toma en nuestro país irrefrenable impulso.

En estas circunstancias, Bibi pretende con el soporte de elementos nacional-religiosos reducir la autonomía y las facultades de la Corte Suprema con dos propósitos: asegurar la continuidad de una coalición que le brindará, por un lado, inapelable y sólido respaldo, y, por el otro, habrá de liberarlo del juicio que desde hace años le abruma.

Dos objetivos que explican el apoyo que miembros del Likud, incluso por parte de personajes como Yoav Gallant y Avi Dichter que bien conocen los dilemas militares del país, le ofrecen sin restricción alguna.

Actitud hoy ampliada por ministros que se adhieren más a selectivos postulados bíblicos que a los luminosos enunciados de la democracia.

Algunos resultados: multitudinarias manifestaciones de protesta que se multiplican en todas las ciudades y puentes del país; el debilitamiento de los vínculos de Israel con los principales países de Europa y con EE.UU. la honda fragilidad de la economía debido a la creciente reducción y fuga de la actividad computacional y cibernética; la ascendente inclinación a emigrar por parte de profesionales, médicos y catedráticos en particular, a países que les ofrecen mejor ingreso y mayor seguridad, entre otros.

Y a este inquietante cuadro cabe sumar el debilitamiento de la seguridad nacional debido a la creciente actitud contestaria en las filas militares y en los servicios de espionaje, un hecho que los enemigos que nos rodean conocen y aprovecharán a su debido tiempo.

En estas abrumadoras circunstancias no faltan sugerencias radicales.

Una de ellas es la división geo-demográfica del país de manera que ciudadanos liberales y ortodoxos sean relocalizados conforme a la modalidad de los tiempos bíblicos: los primeros habitarían zonas de la costa mediterránea en tanto que los últimos morarían en el sur y norte del país incluyendo a Jerusalén, Judea y
Samaria.

Posturas que indican el amplio tamaño de la inquietud colectiva y la firme voluntad de frenar las antidemocráticas intenciones del gobierno de Netanyahu.

Considerando las reiteradas protestas en Israel y a la creciente inquietud de las democracias en el mundo por nuestra suerte y devenir, opino que las diásporas deben tomar parte en ellas, desde los medios personales a los electrónicos, para compartir y multiplicar la contestaria actitud.

Y no cabe esperar. Anticipo que el enemigo sabrá aprovechar esta singular oportunidad para destruirnos.

En cualquier caso, la historia atinará a juzgar a personajes como Netanyahu y Ben Gvir.

¿Mereceremos oído?

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