SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO

“Desde el asesinato a machetazos el miércoles antepasado en un barrio londinense del soldado británico Lee Rigby, han aumentado a casi 200 las manifestaciones islamo fóbicas, las cuales incluyen ataques a diez mezquitas y protestas por grupos de derecha”.

Cualquier diario británico

Muchas veces mi hijo me ha acusado de ser intolerante. ¿Por qué? Entre otras cosas debido a que en alguna ocasión le dije que una de las peores cosas que existían era un gringo con su celular tomando fotos. Esta semana cambié de opinión viendo por la calle aquí en Londres a un japonés con su camarita fotografiando a un grupo de londinenses atacando una mezquita. A diferencia de los turistas gringos y los europeos, a quienes casi siempre se les ve en manada guiados por algún guía que cuenta chistes medio tontos y señala qué es lo que se debe retratar, el japonés, más terrible aun, es un espécimen cuya peligrosidad radica en que anda solo y tiene iniciativa propia.

Toda esta introducción medio simplista y tal vez no muy graciosa, tiene que ver con la intolerancia, que caracteriza a muchos, y que es un síntoma que delata la visión que tenemos acerca de “los otros”.

Hace años, influidos por el enfoque de Hollywood, todo lo que era “de afuera” era considerado exótico, por ser diferente, aunque en realidad era solo eso, un espectáculo hollywoodiense. Hoy en día las cosas han cambiado y la gente de los países considerados “primer mundistas” (aunque esto con la crisis económica no sea ya tan cierto) no tienen ganas de compartir su mundo con personas a quienes consideran terroristas (cuando son musulmanes o colombianos) o simplemente mentirosos, incultos, flojos y sucios (cuando somos latinoamericanos).

La tolerancia fue una conquista tardía de la civilización, y solo se hizo posible cuando declinó el poder absoluto que sustentaba la Iglesia romana. No podemos olvidar que fue el cristianismo, en sus orígenes, con su expresión religiosa absolutista, el que introdujo el germen de la intolerancia en la sociedad.

Ahora bien, hoy en día las cosas no han cambiado mucho y continúan siendo las tres grandes religiones monoteístas las intolerantes. Los musulmanes, por dar un solo ejemplo, condenaron a muerte al escritor indio nacionalizado británico Salman Rushdie, después que publicara “Los versos satánicos” en 1988. Y en estos días son los musulmanes los atacados por los ingleses.

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Hablar de la intolerancia judía es un tema delicado ya que personalmente no pertenezco a “los otros” sino a “nosotros”, además de que el judaísmo no tiene en su historial la misma carga de intolerancia histórica que caracteriza al cristianismo por ejemplo, siendo que esto se debe entre otras cosas no por falta de ganas, sino de oportunidades, ya que como religión no tuvo poder material sino hasta el siglo XX como para andar siendo intolerantes. Pero el filosofo judío nacido en Holanda en 1632, Baruj Spinoza por ejemplo, no fue muy bien tratado por los mismos judíos cuando planteó posiciones filosóficas divergentes de la ortodoxia hebrea, y fue más bien excomulgado a la edad de 23 años.

Y en Israel hoy en día tenemos a los ortodoxos y a los heterodoxos, lo cual mide la tendencia a la intolerancia en los grupos religiosos. Así que ortodoxo es siempre lo que yo pienso, y heterodoxo es lo que piensan los otros. Y como ya lo han dicho muchos antes, los que no piensan como yo están equivocados. Y es que todos somos víctimas, desde que nacemos, de la concepción del mundo en el que vivimos. Y los ortodoxos de cualquiera de las tres religiones monoteístas creen ser los elegidos de Dios. En esto no existe ninguna racionalidad, ya que pretenden desplegar su derecho único de observar, entender y ostentar la Verdad, aunque este mecanismo, por llamarlo de alguna manera, puede también funcionar al revés. Es decir, que Yo tengo razón y no Ellos, sean quienes sean esos Ellos.

Miremos la cuestión desde el punto de vista artístico por ejemplo. Un artista puede ser seducido por la “otredad” que encuentre en lo ajeno y declararse enamorado de otra cultura exótica, como fue el caso del pintor francés Paul Gauguin, quien abandonó Francia y se fue a vivir a Tahití, aunque al final no le fue muy bien, o más bien su vida se convirtió en una dramática telenovela mexicana.
Al igual que en el amor, el enamorado, por mucho que lo persiga, nunca conseguirá instalarse en “la esencia” del objeto amado. En el mejor de los casos logrará mimetizarse, es decir, encuadrar su visión con la visión ajena. El encuentro con la cultura “extraña” por otro lado, es un anzuelo que nos manda de bruces, y nos pone a observar casi arrastrados por el suelo cada detalle de nuestra propia realidad, que siempre creíamos tan firme, haciéndola a veces volar por los aires.

En nuestro mundo moderno, del que tantos se enorgullecen por sus avances tecnológicos y científicos, existe no solo la intolerancia religiosa, que crece día a día y donde lo que está sometido a la intolerancia no son solamente las expresiones visibles del culto, como la vestimenta y tantas expresiones de libertad que han sido suprimidas, sino que además, estas sociedades, en realidad no son muy distintas de las sociedades políticamente intolerables, y en el fondo son lo mismo, ya que en ambas, se persiguen hasta los pensamientos, las ideas más profundas, y con ello se anula la privacidad del ser humano.

Los motivos por los cuales los musulmanes se comportan de una manera, los cristianos de otra y nosotros de otra, es decir que procedemos de tal o cual manera, en el fondo son secundarios, las conductas son secundarias, y no tienen explicación racional alguna. En última instancia, en el centro mismo de las diferencias culturales está la condición humana misma. El contenido bien analizado es igual en todos lados y las variantes son las formas solamente, algo que “nosotros” muchas veces no hemos llegado a comprender.

A pesar de las tecnologías de nuestro mundo moderno, las diversas clases de seres humanos, en su encuentro, influyen unas en otras, y por mucho que peleen, siguen siendo semejantes. No debemos olvidarlo. Nosotros menos que nadie.