Enlace Judío México – A veces es difícil entender qué le sucede al mundo. Hubo una época en la que ser de derecha significaba defender posturas muy conservadoras y poco empáticas o solidarias con las causas sociales. Y ser izquierdista era sinónimo de ser alguien con amplias lecturas, actitud crítica y mente abierta, sobre todo a la hora de solidarizarse con la necesidad de justicia e igualdad. Los derechistas no han cambiado demasiado; pero parece que los izquierdistas se fueron al bote de la basura.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Hoy por hoy, la izquierda internacional pasa por un severo problema de renuncia a la razón. Su problema fundamental es un dogmatismo irracional que se ha podrido con la nefasta influencia de la filosofía posmoderna, especialmente la de Foucault y Derrida. Se ha vuelto casi fascista, justo aquello contra lo que luchó durante décadas. En el meollo de sus argumentos, generalmente sobresale un burdo posicionamiento anti-yanqui por definición, y anti-israelí (en realidad, anti-judío) por vocación. Todo es permisible en la óptica de muchos izquierdistas, si tan sólo se trata de estar “en contra del imperio” (entiéndase por “imperio” la tontería más conspiranóica posible: los gringos, los judíos, los sionistas, las empresas, el capital, el patriarcado).

Su solidaridad con las víctimas sólo aparece cuando las tales víctimas pueden ser achacadas a los Estados Unidos y compañía. Si son víctimas de Rusia, de Pol Pot o de Saddam Hussein, se guarda un respetuoso silencio favorable al victimario.

Hace poco volví a escuchar el disco “Cita con ángeles”, de Silvio Rodríguez –cantautor cubano–, que fue producido poco después de la invasión estadounidense a Irak que concluyó con el derrocamiento de Saddam Hussein. En una canción llamada “Sinuhé”, en la que Silvio describe de un modo bastante emotivo el sufrimiento de los iraquíes, hay un punto en donde pide que en vez de fuerza se use la misericordia, y otro en el que dice que el único “hongo” que debería explotar es el de los Derechos Civiles. Por supuesto, se refiere únicamente a los sufrimientos provocados en Irak por la intervención estadounidense. Silvio nunca tuvo las agallas ni la integridad moral para escribir algo similar en solidaridad con las víctimas del régimen de Hussein. Eso, simplemente, le importó un pepino.

Disfrazado en su imagen de “cantante de protesta” (cosa que no puede ser, porque siempre gozó del apoyo del régimen político de su país), Silvio Rodríguez es sólo otro penoso ejemplo de una ideología militante en la que el sufrimiento humano objetivo no importa. Sólo importa a favor o en contra de quién estás, razón suficiente para que millones de personas hayan muerto a manos de los catastróficos regímenes comunistas en diferentes partes del mundo.

¿Qué le pasa a la izquierda?

Su primer daño de fondo viene del tufo post-marxista al que la mayoría se niega a renunciar, y que sigue viendo en el cuestionable concepto de Marx de “lucha de clases” el parámetro para juzgar la realidad. Esa idea de que todo es una cuestión de opresores contra oprimidos en la que, obviamente, los opresores son únicamente los capitalistas, los gringos y los judíos, ha logrado lo que hace 80 o 90 años parecía absurdo e imposible: que estos izquierdistas de trasnochado marxismo sean absolutamente incapaces para entender la realidad.

Los niveles son excesivos. Por ejemplo, durante varios lustros Noam Chomsky no se cansó de defender al régimen de Chávez y luego al de Maduro en Venezuela. Apenas el año pasado tuvo que admitir, ante la contundente e implacable realidad, que el régimen venezolano era un desastre que había hundido al pueblo en la miseria. Pero Chomsky tuvo que esperar a que la inflación en ese país llegar al 2 mil por ciento anual para entrar en razón. Carambas, cualquier aprendiz de economista se da cuenta de eso cuando la inflación apenas va por el 10%. Pero no. El titán ideológico de la izquierda internacional se tardó otros 1990 puntos porcentuales en admitir que algo andaba mal con ese régimen.

Inteligentísimo el señor…

Por supuesto, la inopia y miseria intelectual de la izquierda se exacerban cuando se trata de Israel, el único país que, a gusto de esta preclara postura, no tiene derecho ni siquiera a defenderse.

El extremo más penoso y patético –infame, en realidad– lo acabamos de ver en el marco de las protestas contra la nueva Ley de Estado-Nación, recientemente aprobada por la Knesset.

Meretz, uno de los partidos emblemáticos de la izquierda (lo de “emblemático” es un decir, porque su apoyo popular es escaso; generalmente sólo consigue 5 o 6 escaños), participó activamente en un mitín en Tel Aviv. Dio su apoyo moral. Validó los reclamos de los allí presentes. Reclamos que en un momento dado se convirtieron en un llamado abierto y explícito para destruir al Estado de Israel.

Pareciera que los judíos tenemos una obsesión por ser los más destacados en todo, y si la izquierda internacional se está caracterizando por su estupidez, los izquierdistas judíos tienen que ser los más estúpidos de todos.

Desde los años 70 comenzó a consolidarse el segundo gran daño a la izquierda. Si ese post-marxismo ya era bastante problema, la nueva influencia que pronto empezó a cundir fue la de la filosofía posmoderna. Las plañideras quejas de Foucault contra el patriarcado capitalista y opresor, sobre todo. La queja de Derrida contra cualquier intento por armar explicaciones que abarcaran la totalidad de cualquier fenómeno, apelando a que lo importante eran las verdades inmediatas, concretas, pequeñas. La resultante irracional según la cual todo es una construcción cultural (del patriarcado, además). Incluso la ciencia.

Los estragos los podemos ver de muchas maneras. Por ejemplo, el pleito jurado contra las semillas transgénicas.

La realidad es evidente: todos los países que están usando semillas genéticamente modificadas han mejorado sus producciones agrícolas. El éxito se refleja incluso en el nivel de vida de sus campesinos. En contraste, todos los países en los que se sigue usando única y exclusivamente “semillas orgánicas”, tienen severos problemas agrícolas y altos índices de pobreza en el campesino. Por supuesto, mentes brillantes como las de esa banda de rufianes llamada Podemos, dirigida por un descomunal idiota llamado Pablo Iglesias, se han atrevido a declararse en contra del éxito económico que están teniendo los campesinos que usan semillas genéticamente modificadas. Apelan a que con ese incremento en sus ganancias y nivel de vida, se están “vacunando contra la revolución”. Es decir: ellos –los líderes de Podemos en particular, y de la izquierda en general– necesitan que la gente pobre siga siendo pobre, más pobre si se puede, para poder convencerlos de lanzarse a la revolución como carne de cañón (porque, por supuesto, Iglesias y sus amigos no van a ir al campo de batalla dado que son “indispensables” por ser los ideólogos).

Mientras tanto, los datos científicos son contundentes: las semillas genéticamente modificadas no representan ningún riesgo. De ningún tipo.

O ahí tienen el movimiento antivacunas, originado por una publicación del médico británico Andrew Wakefield en 1998, según el cual las vacunas estaban directamente relacionadas con el autismo. El éxito de esta publicación hizo que muchas parejas decidieran no vacunar a sus hijos, y pasó lo que tenía que pasar: primero, se reactivaron enfermedades infantiles que ya habían sido controladas, incluso erradicadas. Tipo sarampión, viruela, etcétera. Segundo, muchos niños empezaron a morir. Innecesariamente. Tercero, Wakefield fue literalmente destrozado cuando se demostró que todo su informe había sido una vulgar falsificación de datos. Una mentira, sin más ni más.

Pero la gente sigue cediendo a esas pavadas, porque sigue pesando ese gen defectuoso de la izquierda posmoderna: hay que estar en contra del imperio y sus aliados (como las farmacéuticas).

Acaso el ejemplo más representativo –casi me atrevería a llamarle una alegoría– de la estupidez ingenua a la que se ha llegado desde esta izquierda moderna, sin rumbo y sin seso, es el de Jay Austin y Lauren Geoghegan, una pareja de ciclistas de 29 años que se lanzó a darle la vuelta al mundo en sus bicicletas.

Jay trabajaba para el US Department of Housing and Human Development, y Lauren para la oficina de admisiones de la Universidad de Georgetown. Buenos muchachos. Él, además, vegano.

Un día decidieron que estaban desperdiciando sus vidas en esas oficinas, y empezó su travesía ciclista. Conforme fueron viajando por diferentes lugares, fueron documentando –y subiendo fotos a Instagram– la bondad natural de la gente con los extraños. Jay escribió en su blog que la narrativa común de que la gente es mala y perversa no debe ser creída. Puso: “No me lo compro. El mal es un concepto construido que nos hemos inventado para lidiar con las complejidades que surgen de nuestros colegas humanos que tienen valores, creencias y perspectivas diferentes a las nuestras. Por mucho, los humanos somos amables. A veces egoístas, a veces miopes, pero amables. Generosos, maravillosos y amables”.

El 29 de Julio, Jay y Lauren, en compañía de otros dos ciclistas –uno suizo y otro holandés– llegaron a Tajikistán, una zona con una amplia presencia de terroristas de ISIS. Un carro se les emparejó, bajaron cinco personas y acuchillaron a los cuatro. Murieron allí mismo. Dos días después, ISIS publicó el video en el que se jactaban de haber asesinado a unos “infieles”.

El trágico final de esta pareja y sus dos compañeros es apenas una grotesca, pero inevitable, representación del nivel de ingenuidad al que ha llegado la sociedad occidental posmoderna. Marx se encargó de hacernos torpes y dogmáticos; Foucault, de hacernos débiles y estúpidos.

Por culpa de ambos, mucha gente en Occidente prefiere construirse una realidad alternativa donde todo es bonito, en vez de lidiar con la molesta realidad. Primero, lo “bonito” era la lucha revolucionaria con la que habríamos de transformar al mundo entero. No importaba que esa revolución significara la muerte y sufrimiento de millones de personas –literalmente–, víctimas de criminales infames como Pol Pot, Fidel Castro o el Che. Si eran víctimas de la revolución, simplemente eran sacrificios necesarios para cambiar al mundo. Luego vinieron las revoluciones con flores, el auge de los que se ofenden por todo, el imperio de los inútiles, la moda de los que creen que al terrorista sólo hay que sonreírle y hacerlo sentir amado para que salga su esencia humana y hermosa.

Pero la realidad es implacable, y termina por alcanzar también a los estúpidos.

El fracaso catastrófico de la izquierda en Europa está provocando que recuperen posiciones los derechistas de siempre. Esos que no han cambiado. Los que siguen basando sus discursos en los sentimientos xenófobos, fáciles de comunicar y efectivos en toda esa población –que últimamente va en aumento– que vive atorada en su miedo al “otro”.

Parece que el péndulo llegó a su extremo izquierdo, y empieza su inevitable viaje hacia el extremo derecho. Volverán las guerras. Los derramamientos de sangre inútiles. El nacionalismo exacerbado. La xenofobia infame.

Y todo por culpa de este tipo de gente demasiado frágil para admitir que hay cosas que están mal, y que a veces para resolverlas no basta con ser positivo. Hay que combatirlas. Incluso, destruirlas.

Ahí tienen a Jay y Lauren, que seguramente sonrieron amablemente a los cinco tipos que les rebanaron el pescuezo frente a una bandera del Estado Islámico. Ahí tienen a los izquierdistas israelíes, que en su afán de ser amables con los palestinos para convencerlos de llevar la fiesta en paz, apoyan un mitín en el que se pide la destrucción de Israel. Ahí tienen a Chomsky, que tuvo que esperar a que Venezuela estuviera en una inflación sin parangón en todo el mundo, para darse cuenta de que algo estaba fallando con su régimen. Y eso que es uno de los máximos especialistas en comunicación humana. Lingüista respetadísimo.

Parece que no entendemos.

Mientras, por lo menos desde esta tribuna judía, seguiremos los que en nuestra modesta percepción creemos que la solidaridad debe ser con el ser humano, no con la ideología. Que hay que denunciar por igual el fascismo sea de derecha o de izquierda. Que hay que decir las cosas como son. Por ejemplo, que al terrorismo se le tiene que combatir y aplastar, y que lo que más le urge a los palestinos para poder tener un estado propio y vivir en paz y prosperidad, es deshacerse de sus líderes corruptos y fanáticos.

Pero no. En esa óptica posmoderna, contaminada e inútil, somos los malos porque seguimos creyendo en la realidad.

Tan bonito que es vivir en tu mundo de caramelo, producción especial de la ideología.

Hasta que la realidad te alcanza con un cuchillo en el cuello y, con un poco de pésima suerte, te mueres pensando “rayos, ese condenado judío de Enlace tenía razón…”.

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