Enlace Judío México e Israel.- Irán y Arabia Saudita han estado involucrados en una guerra de poderes en el Medio Oriente, en particular en el conflicto civil en Siria y el de Yemen. El enfrentamiento entre ambos países se registra en varios niveles, incluyendo el más notable la rivalidad religiosa histórica de las ramas sunní y chií del islam, así como la competencia geopolítica moderna por la hegemonía en el Medio Oriente y la competencia económica por el control de los mercados petroleros.

LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El conflicto se remonta a partir de la Revolución iraní a través de la cual los revolucionarios islámicos hicieron llamados para el derrocamiento de la monarquía islámica de la región y su sustitución por repúblicas islámicas, hecho que alarmó a sus vecinos sunitas (Irak, Arabia Saudita, Kuwait y los otros estados del Golfo Pérsico); la mayoría eran monarquías y todas tenían poblaciones chiíes de un tamaño considerable. Los insurgentes islamitas aparecieron y aumentaron en Arabia Saudita (1979), Egipto (1981), Siria (1982) y en el Líbano (1983).

En 1980, el nacionalismo árabe y el régimen dictatorial dominado por los musulmanes sunitas de Saddam Hussein de la vecina Irak, intentaron aprovecharse del caos revolucionario y destruir la revolución en su nacimiento, ello dio lugar a la guerra Irán – Irak que duraría 8 años y en la cual murieron alrededor de un millón de personas. Durante la guerra, Irak recibió apoyo de muchos países del Medio Oriente, entre ellos Egipto, Jordania, Kuwait, Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que le suministraron ayuda financiera y militar para evitar que Irán exportara su “revolución islámica”.

Por otra parte, Irán y Arabia Saudita han participado “en una diaria y tensa rivalidad, el apoyo a diferentes grupos armados en la Guerra Civil Libanesa, en la Guerra Afgana – Soviética y en otros conflictos regionales; ambos han continuado ayudando a varios grupos de líneas sectoriales islámicas del chiismo y sunismo en Irak, Siria y Yemen.

Históricamente los diferentes acontecimientos de la región, como la guerra del Golfo de 1991, la caída de Sadam en 2003, los gobiernos más radicales en Irán y el inicio de las revueltas en 2011, principalmente, han modificado la influencia de Irán en la región “de casi cero en 1990 a ser predominante en las partes más orientales de Oriente Medio en el presente”, esto a costa de Arabia Saudita.

Como se indicó previamente, en la lucha entre ambas naciones se entremezclan consideraciones étnicas y religiosas, no obstante, prevalecen las cuestiones políticas y económicas. La lógica defensiva de ambos rivales contribuye a que, ante el temor de un ataque ajeno, escalen sus acciones. Pese a que no existe un enfrentamiento, la guerra parece más real que nunca.

El escenario más evidente es Siria. La mayor parte de las revueltas de 2011, la denominada Primavera Árabe, acabaron con aliados tradicionales de Arabia Saudita. En Siria sucedió lo contrario: el régimen de Bashar Al Asad, un gobernante laico pero chií aluita había sido uno de los escasos puntos de Irán en el Medio Oriente. Teherán considera innegociable su supervivencia, y desde entonces ha financiado y apoyado logísticamente las acciones bélicas de Al Asad, que prácticamente le dieron el triunfo a este último contra los rebeldes a su régimen y contra el Estado Islámico, que había establecido su Califato en Siria e Iraq en el 2014.

La monarquía saudí ha seguido otro camino; gran parte de los grupos opositores más radicales y fundamentalistas opuestos a Al Asad han disfrutado del apoyo en armas y ayuda financiera del riquísimo Estado Saudí. Los intereses de Arabia Saudita han confluido una vez más con EUA y de forma crucial con Turquía, lo que contribuye a mantener viva la oposición y a alargar el conflicto en Siria durante 8 años, entre millones de desplazados, luchas sectarias, 500 mil muertos y un sin número de heridos.

El otro escenario del conflicto Irán – Arabia Saudita es Yemen. Desde el 2015 ese país se desangra en una guerra civil que enfrenta las facciones de Abdrabbuh Mansur Hadi, expresidente del país apoyado por Arabia Saudita, y los hutíes, un grupo revolucionario chií que cuenta con la simpatía de Irán, Hadi controlaba la mayor parte del país antes de que diversas acciones militares clave entregaran la capital Sanaá, a los hutíes, cuyo control ha mantenido desde entonces. Arabia Saudita ha bombardeado de forma sistemática a las poblaciones civiles controladas por los Houtis y ha tratado inútilmente de acabar con la revuelta. En el camino ha provocado una hambruna que afecta a millones de yemeníes, y ha generado un brote de cólera; una verdadera crisis humanitaria. Por su parte, Irán ofrece apoyo político y hasta cierto punto militar a los hutíes, aunque es incierto hasta qué punto su papel es tan preponderante como en Siria.

Líbano también es un factor importante al ya por si explosivo Cóctel regional. El primer ministro Harari es el líder del principal partido sunní en el parlamento libanés, y por tanto afín a Arabia Saudita, empero, en el Parlamento participa Hezbolá, movimiento paramilitar, chií, prácticamente terrorista, que ha sido uno de los aliados más entusiastas de Al Asad en Siria. Dado el enfrentamiento permanente entre el gobierno israelí y Hezbolá e Irán, Jerusalén y Riyadh han alcanzado una extraña alianza, rubricada en su apoyo conjunto a la decisión del Presidente Trump de la salida del acuerdo nuclear de 2015, que firmaron Irán y 6 potencias para frenar el programa nuclear con fines militares de este último.

En esencia, el escenario en el Medio Oriente es que la lógica del enfrentamiento entre ambos y el miedo recíproco a una guerra abierta y directa ha provocado que Irán y Arabia Saudita se enfrenten en conflictos paralelos y soterrados, dinamitando en tanto a todo el Medio Oriente.

En este entorno Maysam Behravesh, investigador del Center for Middle Eastern Studies, piensa que es probable que Arabia Saudita no tenga incentivos para forzar un enfrentamiento directo con Irán, porque no puede ganar una guerra contra este último porque sus principales aliados occidentales, Israel y EUA, no están dispuestos a hacer mayores sacrificios cuando sus propios intereses estratégicos no queden directamente en peligro. Arabia Saudita estaría sola.

AF Shon Ostovar, especialista en Irán y colaborador del Foreing Policy, tiene una visión distinta; considera que Irán es quien no se puede permitir un enfrentamiento directo con los saudíes; “es improbable que un conflicto así implicara solo a dos partes y no creciera hasta involucrar a otros estados. Si el conflicto se diera, es difícil imaginar un escenario en el que EUA no se involucrara de un modo u otro en el apoyo a los saudíes”, al fin y al cabo, su aliado histórico.

La probable implicación de Israel y EUA cambiaría las reglas del juego. Irán podría contar con el apoyo de determinados grupos políticos regionales, pero difícilmente tendría el respaldo de una potencia regional o global. La lectura que ofrecen ambas opiniones es inequívoca: la guerra hoy por hoy, es improbable. Irán y Arabia Saudita se sienten más cómodas compitiendo en diversos escenarios que enfrentándose de forma directa. Los riesgos de una guerra abierta en el presente son demasiado altos. El contexto es lo suficientemente volátil como para que la escalada obvie los riesgos.

De hecho, el reciente envío del portaviones nuclear de EUA a las costas del Medio Oriente con todo el poder bélico que implica, solo constituye un instrumento de disuasión para Irán.

El presidente Trump ha constatado que no quiere la guerra. Igualmente, Irán a pesar de sus amenazas a EUA, ha declarado que no quiere la guerra. De todas maneras, habrá que estar alerta.

 

 

 

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